jueves, 12 de noviembre de 2009

Armadura de Christos.

El sol dibujaba aguas inexistentes, allá lejos donde puede verse el final del mundo. El suelo quemaba todo lo que reposaba sobre el, todo menos un hombre, o eso intentaba ser.


Túnicas blancas envolvían su cuerpo, solo dios sabe que se escondía tras los percudidos harapos, pero un pesado ruido metálico podía oírse con cada paso que azotaba la arena. Su cabeza tenía un precio mas allá del dinero, su sangre era elixir de poder, destruidora de naciones y portadora de la desdicha, la sangre del siniestro cuervo.


Pero este fiero Lord no huía de nada ni nadie, se encontraba de cacería. Una presa con una sangre mas valiosa que la suya es lo que el ansiaba, en el desierto del Aicht una tormenta desencadenaría. En tierras de muerte era increíble encontrar algo con vida, ni el dolor ni el sufrimiento podían sobrevivir en esos parámetros, esa era el motivo de Crovis La Sombra para dormitar.


Pasaron los días y el encapotado no cesaba su búsqueda de muerte, la soledad no lo agobiaba y solo lo entretenían unos monstruosos escorpiones habitantes de la grava, una especie sin nombre ya que ningún humano en condiciones normales había llegado a verlos. Temibles criaturas de siete pies de largo y con tenazas del tamaño de una cabeza de caballo lo amenazaban cada unos tantos metros, por mas certeros que parecían los estoques que tenían por aguijón no presentaban reto para recientemente consagrado Aegis. Los dejaba descargar con furia uno o dos golpes, principalmente para asegurarse de que sus habilidades se mantenían intactas luego de tantos días de sequía y muerte. Disfrutaba cercenando sus patas con ágiles cortes de daga y darles muerte con su propio veneno, en su mente resonaba una simple reflexión “Cuán triste puede ser una criatura que muere en sus propias trampas?”.


En el corazón de la nada se encontraba y la noche lo maldijo, cada diez días sobre el desierto del Aitch recaía una noche de espanto, mucho mas cruenta que el día. Como las flores se abren para recibir el sol y liberar la vida que tienen dentro, las mas temibles criaturas se asoman para alimentarse de la luna y desmantelar todo rastro de vida , si ningún humano sobrevive al día del cruento de estos yermos menos aún podrían aguantar en pié una sola de sus noches.


La cautela fue su aliada durante la infancia, muchos de su familia mueren precozmente, hasta en sus primeros pasos. El joven Lord Aegis era un virtuoso de la cautela, jamás daba una zancada con inseguridad y se decía que nació bajo la estrella de pentagruel, lo cual era una victoria a cada paso. Su vida transcurrió con tormentos y castigos solo perpetrables en las más perversas de las imaginaciones, su padre el Noble Akarui siempre fue conocido por la dureza de su alma. Antes de cumplir una década ya conocía el sabor de la muerte, no la de sus enemigos si no la suya propia. Ya que sería un sinsentido el terminar con la vida de su hijo sin que sirviera para arrebatar otra, luego de tres lunas de especulaciones decidió extraer del cuello lacerado de Aegis la daga de los sollozos, un trasto enfermizo que era una enorme cuchilla acanalada con un receptáculo para las lágrimas de la victima. Solía enterrarse en la carne del cuello y gracias a algún mecanismo de las artes oscuras con cada lágrima que caía en el recipiente la sedienta daga se hundía más y más en la garganta del pobre infeliz de turno, para finalmente decapitarlo. Luego del primer día los llantos por la daga cesaban, ya eran costumbre, las cuerdas vocales totalmente destruidas no podían emitir sonido alguno, para conseguir las lágrimas se utilizaban accesorios de lo mas divertidos.


Todos esos recuerdos lo asolaron y creció su determinación, en la noche lo atraparía, haría suyo a esa leyenda de la familia Blackraven y finalmente le otorgarían su insignia, lo reconocerían como alguien dentro de su estirpe por dar fin a la vida de Crovis, quién traicionó su legado para entregarse al hermetismo de esas tierras de miseria infinita. “Cómo atraer a una sombra donde no hay luces?”. La respuesta era sencilla, donde no hay algo solo queda crearlo. Tomó esos sucios trapos que lo acompañaron durante los últimos 3 años y con un básico sortilegio dio inicio a un fuego como nunca lo vio esa noche, no por lo menos en algunas centurias. Dejó así al descubierto su mas preciado tesoro, la brillante y pesada armadura de Christof que obtuvo al asesinar a su padre lo convertía ahora en la carnada mas deseada del desierto, seguramente era el punto mas luminoso en millas.


No eran una ni dos las sombras que obtuvo, un centenar de criaturas lo rodeó en cuestión de segundos, estaban ahí el podría contra ellos. Las ansias de sangre y valor se reflejaban en su maltrecho rostro, las cicatrices pocas veces dejaban al descubierto sentimiento alguno. Sin más preámbulos extrajo sus grandes dagas que lo acompañaron desde que sus brazos pudieron levantarlas y corrió amenazante hacia la maraña de sombras. Solo fue necesaria la velocidad de un pestañeo para que esa maraña de sanguinarias criaturas dejara de respirar. Lo trágico era que no fueron sus manos las que realizaron tal hazaña, en ese abrir y cerrar de ojos otras manos llevaron a cabo una obra que le costaría días.


Tenía que ser Crovis, el estaba ahí, estuvo ahí en todo momento, esperando a que pierda la paciencia, esperando su descontrol, su furia, su desenfreno. Al parecer el joven Aegis no era el único que perdió la paciencia. Un paso hacia atrás fue suficiente para que el espectro umbrío se de a conocer en frente de las llamas. Era mas humano de lo que los relatos contaban, una coraza triste y pálida, percudida por siglos de batalla contra la naturaleza, una media máscara arruinada con un gran pico de ave y pequeños orificios que dejaban ver unos ojos salvajes y amarillos como los de la peor de las bestias, trapos sucios envolvían el resto de su cuerpo y una gran melena roja se asomaba por detrás de la máscara.


Su figura era simple, no inspiraría nada de no ser por un curioso detalle. Una sonrisa casi imperceptible, el que fuera capaz de notarla sin duda conocería lo que es el terror, era una leve mueca que en conjunto a sus ferales fanales paralizarían de terror a cualquier viviente sobre el suelo. Aegis ya no se consideraba un ser vivo, si no un muerto que caminaba entre los hombres, un muerto con anhelos, ansias de ser el mas grande logro de su familia, le habían dado muerte para así quitarle las debilidades de la vida.


Un pesado sable del largo de un hombre y con una empuñadura para tres manos reposaba sobre el hombro del fantasmal refugiado, esa arrebatadora de almas requería mucha destreza, se sentía a gusto con la velocidad de sus dagas. La frialdad de ese espectro semihumano, la impasibiliad que reflejaba su estúpida mueca, los ojos sin pestañear, esa amalgama terrible estaba agotando su paciencia. Pasaron horas sin un simple movimiento, un sudor frío recorría su cuerpo aunque el rostro con dibujos de guerra de Aegis no lo reflejaba, su corazón sabia que el final estaba cerca. El tiempo no seria su aliado en esta batalla, esa criatura enferma podría estar meses sin mover un dedo para sobrevivir en ese desierto.


Un movimiento de su tobillo fue suficiente, estaba decidido desgarrar cada músculo de esa criatura con la celeridad de sus cuchillas. Pero ese leve movimiento ya anticipó al fantasmal guerrero que se encontraba sobre él, con una tenacidad inapreciable levantó el sable hasta donde los ojos de Aegis no podían verlo y en una cuestión de segundos la mitad de su cráneo se encontraba repartida por la arena, intentó estocar al vacío, pero solo el aire acarició con sus tristes puñales. Un segundo mas tarde y lo que le quedaba de cabeza se encontraba rodando por el suelo. La poderosa armadura de Christos no era suficiente defensa en contra de su lejano pariente, sus ambiciones no eran lo suficientemente fuertes y su astucia era la de un escorpión intentando atacar a un asesino monstruoso.


Sin perder tiempo alguno, el morador de las arenas se dispuso a comenzar un festín con las carnes del joven guerrero, carne como la que no había probado en siglos ahora llegaba sin que realice el menor de los esfuerzos, recorrió mares y el mas duro de los desiertos para terminar en sus fauces sin que el haga un poco menos que esperar. Pronto llegaría otro imberbe sediento de gloria que le daría el placer de terminar como su bocado de lujo. Sentía las jóvenes fuerzas del oscuro linaje fluir por su cuerpo, se rejuvenecía para una nueva cacería, donde el era la presa favorita.


Aún descansa en el corazón de ese desierto la armadura que Crovis desecho como la piel de un cordero, un poderoso artefacto que pocos pueden imaginar la victoria segura que otorgará a quien no sea un ignoto. Descansa esperando tus manos, ya conoces los riesgos.

jueves, 27 de agosto de 2009

Bienvenido.

Recuerde que usted es puto por leer.

viernes, 26 de junio de 2009